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Enzo - Infancia

Por Santa Mandanga


EL DIARIO DE ENZO


Infancia


Seguí creciendo y tuve la suerte de que me gustaron mucho cosas como escribir, leer, hacer deporte, hacer teatro y circo, estar con mis amigos y amigas, ir al colegio, hacer los extraescolares, ir al casal y de colonias. Tuve siempre mucha sensibilidad para las cosas que la requerían y mucha fuerza y resistencia para las que necesitaban más de estas. Recuerdo que yo era una niña muy atrevida, me llevaba bien con todo el mundo y a veces tenía mi punto de mandar. 

En el colegio siempre fui una niña creativa, atenta, muy movida, con facilidad para la música y los deportes y con muy buena memoria. Siempre tuve una buena acogida por parte de todo el colegio y eso me dio seguridad. Para mí mi infancia duró hasta los 13 años.



Desde mi primer año de vida hasta entonces, y en adelante, recibí, en algunas épocas más que en otras, preguntas de si yo era un niño o una niña. Teníamos 6 años y me preguntaban eso. Me cortaba mucho tener que dar explicaciones de por qué llevaba el pelo corto o un chándal y jugaba al futbol…  

¿Por qué es tan excesivo el maltrato que se recibe y queda silenciado tantas veces? 

¿Por qué es tanta la presión que se ejerce sobre las personas por ser diferentes? ¿Y sobre los niños entre los niños? ¿Sobre las niñas entre las niñas? ¿Sobre las niñas entre los niños y viceversa? 

¿Por qué suele darse por no ser lo que se espera? ¿Por qué suele darse por ser diferentes? ¿De dónde aprenden los niños y las niñas todo esto?

¿De dónde aprenden que el género importa? 

¿De dónde aprenden que ser diferente importa?

¿Aprenden qué es el género en su totalidad durante su desarrollo? 

¿Pueden, si nacen hombres, sentirse libres de hacer lo que quieran ante los ojos de todo el mundo? ¿Pueden, si nacen mujeres, sentirse libres de hacer lo que quieran ante los ojos de todo el mundo? ¿Pueden, si nacen con los genitales no definidos como la ciencia dicta, sentirse libres de hacer lo que quieran ante los ojos de todo el mundo?


Querido diario, creo que en los libros de texto escolares debería haber más contenido sobre esto que sea más detallado. 



Mi yo de 8 años pensaba todo esto pero no sabía cómo exteriorizarlo. Yo pensaba que no era importante; que ya sabía que parecía un niño porque ya entendía que solo se podía ser o una cosa o la otra, que no se podía cambiar, y ya me habían dicho muchas veces que lo parecía, desde bien chiquitita. A mí me daba igual lo que las otras personas dijeran en el sentido de que no afectaba el que yo siguiera haciendo lo que quería. Fuese la razón que fuese por la que me dijeran esas cosas, a mí no me comenzaron a importar ese tipo de comentarios hasta los 9 años, algo que ocurrió a la vez que se intensificaron las palabras que usaban para decir lo mismo, pues pasé de escuchar “pareces un niño” a escuchar “eres un marimacho”. 

Eso ya era dicho a modo de insulto y pasó a ser un continuo a escuchar tanto por parte de personas que conocía como de personas que no. Personas de menos de 13 años.

Siempre tuve una actitud reacia ante esto ya que no iba a cambiar y yo quería encajar. Pensaba que ser un chico hubiese sido más fácil. Sentía que el colegio, que en un momento dado fue mi zona de confort, dejaba de serlo. En esa edad iba a 4º de primaria. 


Mi escuela era de una sola línea por clase y había cursos desde P3 hasta 6º de primaria, siendo así un espacio ideal para la generación de autoconfianza y la atención al alumnado. Yo me quedaba a comer todos los días y casi siempre nos quedábamos las mismas personas de la clase. En el patio siempre jugábamos a fútbol y recuerdo haber hecho muy buenos amigos en aquellos entonces. Nos lo pasábamos muy bien y nos cuidábamos entre todos y todas. 

Íbamos de colonias cada año y eran siempre muy divertidas. En ese momento no nos dábamos cuenta pero reforzaban el vínculo que había en la clase de una manera increíble para la edad que teníamos en lo que se refiere a cooperación, aceptación, inclusión y respeto. Las colonias y excursiones siempre estaban muy trabajadas y organizadas y era un gusto poder disfrutarlas junto a toda la clase. 

A los 7 años comencé a ir a un casal los sábados donde también hacíamos colonias en verano. En ese casal iban niños y niñas de todos los colegios de la ciudad. Siempre me daba pereza ir pero luego me lo pasaba muy bien. 

Una vez en el casal insulté a un monitor y me dio una bofetada. Yo tenía 9 años y no dije nada. Él debería tener 17. A partir de ahí no me apeteció mucho seguir yendo y dejé de ir.


Me centré en la hípica en la que había empezado hacía poco al dejar el casal, ya que el fútbol también se volvió insostenible por el ambiente que había. Olía a machismo y, ni a mi madre ni a mí, nos apeteció seguir formando parte. 


Mi madre y yo conocimos esa hípica y era justo lo que estábamos buscando, ya que todas las que habíamos visitado no tenían las condiciones adecuadas para mi edad.



Así me apunté en la escuela de la hípica dónde iba unos dos días a la semana. Aprendí mucho, empecé a competir en doma y después en salto, y empecé a ver que no estaría nada mal tener mi propio caballo. Al no poder ser así por aquel momento me decidía a ayudar en lo que podía a cambio de montar un poni por mi cuenta o ir a una excursión sin tener que pagarla (ambas con el permiso de la dueña). Me sentía muy bien ya que siempre aprendía algo nuevo, y era algo que me dejaba durmiendo la noche entera y con ganas de más al día siguiente. Cuando yo y mi madre descubrimos que hacían un casal de verano fue la perdición. De 9 de la mañana a 9 de la noche estaba allí. Con amigos, amigas, piscina, caballos, perros, la montaña y el mar a 10 minutos… Fue mi sueño cumplido por mucho tiempo. Todo lo que podía pedir estaba allí. Todo eso compensaba por muchas otras cosas. 


Empecé a dejar de ser una niña con 8 años cuando la psicóloga me hizo un test de inteligencia dónde se veía, y yo vi, cómo la edad que marcaba era la de una persona con 16 años lo cual me hacía muy inteligente según el test. Ver eso me dio autoconfianza pero yo necesitaba de inteligencia emocional para superar las situaciones a las que me enfrentaba y no sabía de dónde sacarla. Me enfadaba deprisa y dejé de tener tanta paciencia. Solo la tenía con los animales porque si no, no nos entendíamos. 

Me empecé a aislar. Cuando fui a 4º de primaria no me sentía aislada, pero lo fui haciendo poco a poco sin darme cuenta. Al dejar de ir al casal y al fútbol sólo me quedó la hípica y me fui encerrando allí sin darme cuenta. Se convirtió en mi única zona de confort y pasó a ser cualquier tema de conversación viable para cualquier persona que quisiera tener una charla conmigo. Familiares, personas conocidas de mis padres… Yo contestaba a todo lo que me preguntaran, pero si me querían escuchar decir algo más que respuestas breves me hablaban sobre este tema y no fallaba nunca. Fui mono tema. 

Al ver esto mis padres me animaron a apuntarme en algún otro sitio para ampliar mi círculo de amistades: probé ir a Rugby pero no me gustó mucho, probé otro casal de verano con más deportes a parte de equitación y tampoco me gustó. Y así seguí sin ampliar mis posibilidades para hacer más amistades.

Conocía a muchos niños y niñas de mi edad por el colegio y el casal. Tenía amigos y amigas con quienes ir a jugar si me apetecía pero prefería ir a la hípica siempre que podía. Hasta me escapé del colegio para ir allí con 10 o quizás 11 años…

Desde los 9 hasta los 12, y de ahí en adelante, mi extraescolar fue la hípica. 


Cuando yo iba a 5º de primaria murió mi abuelo materno. Fue muy duro para mí vivir ese momento. 

Me encerré en mí cada vez un poco más a partir de ese momento. 

Mis abuelos me cuidaban cuando mis padres trabajaban así que no volverle a ver se me hizo muy difícil. 

Aprendí a vivir con ello al cabo de un largo tiempo. 


Empecé a ver el valor real del dinero, todo lo que yo le suponía a mi madre cada mes; empecé a ver el lado crudo de las cosas, de las guerras, de la humanidad. 

Empecé a culpabilizarme por suponerles tales esfuerzos a mis padres como el de costear un deporte como el que hacía. 

Y empecé a ayudar más en la hípica, ganando algo de dinero desde los 11 años, y obteniendo la oportunidad de conseguir un caballo como si fuese mío sin que mis padres tuvieran que pagarlo. De nuevo, tenía 11 años.

Así que a los 12 años ya tenía por la mano tratar con peques de entre 2 y 5 años que, como yo a su edad, subían al caballo y casi no se aguantaban sin caerse.  

Me gustaba enseñarles para darles la seguridad de que no les iba a pasar nada porque yo entendía al caballo así que preveía qué iba a hacer antes de que ocurriera. Si pasaba algo de repente sabía qué hacer para que se mantuvieran a salvo. 


Antes de cumplir los 13 años fue cuando comencé a acudir al instituto. No me fue muy bien lidiando con el cambio y el primer año suspendí una asignatura. Mi recuerdo de aquella época es que yo no me encontraba bien. Empecé a juntarme con gente que, a vista de hoy, no me aportaba mucho. El verano de los 13 fue difícil ya que me gustó un chico que no tenía muy buenos hábitos y yo me le uní. 

Esa fue la primera vez que dejé de ver la hípica como la única vía de escape.

Comencé a ir con él y su grupo algunas veces, lo cual no me trajo nada bueno.

Me distancié de todo lo demás, excepto de la hípica y tres compañeras de clase. 


Mi madre supo sobre lo que pasó y de mis malos hábitos. Vió que no era un buen inicio de curso el que llevaba para estar en 2º de la E.S.O y decidió ponerme en manos de profesionales nuevamente. Dejé de ir a la psicóloga antes de que muriera mi abuelo y no quise volver. 

La psicóloga que me trató entonces, por segunda vez, decidió que era mejor derivarme a la unidad de crisis adolescentes para hacer un internamiento corto, por un principio, y tratar de ver si había algún diagnóstico.


Estuve en ese lugar tres semanas. Salí de allí sin diagnóstico alguno y volví al instituto. Todo empeoró y decidieron cambiarme de colegio. Al ingresar en el siguiente instituto no me fue bien en cuanto a mi proceso de adaptación así que no quise volver más. Me cambiaron de instituto de nuevo a mi petición y en el siguiente pasó lo mismo. Dejé de ir a clase. Visto esto, nos pusimos en manos de profesionales de centros privados y decidieron que la mejor opción era internarme en un centro de menores al que fui por voluntad propia porque no estaba bien conmigo y quería remediarlo.

Santa Mandanga

Escuela Educación Sexual Explícita